lunes, 14 de julio de 2014

Vacas para salvar vidas

Ahora que por fin es oficial que el próximo año estudiaré Inmunología en Barcelona (¡¡BIEEEEEEEEEEN!!), creo que esta entrada es la más apropiada. Quizá alguna vez te haya dado por pensar sobre las vacunas y su nombre: ¿qué tienen que ver las vacas en todo esto? Si no es así, seguro que te acaba de picar la curiosidad, así que sigue leyendo para matar ese gusanillo.

Como ya sabes, las vacunas son una manera de evitar el contagio de ciertas enfermedades. Su base molecular reside en que la inyección que se administra, generalmente, contiene un batiburrillo de "trocitos" de las bacterias o virus que provocan la enfermedad contra la que nos queremos inmunizar (aunque también puede tener bacterias o virus vivos, pero debilitados), de manera que nuestro sistema inmune es capaz de reconocer esos "trocitos" y de desarrollar una respuesta frente a ellos, creando anticuerpos. 

Estos anticuerpos son los que nos protegerán frente a futuras infecciones, puesto que se unirán a las bacterias o virus que intenten invadirnos de nuevo para inactivarlos, por lo que ya no serán capaces de causarnos la enfermedad que se les asocia. 



Pues bien, volviendo al tema inicial, ¿por qué las vacunas se llaman así y no de otra manera? Para responder a esta pregunta, es necesario remontarnos a finales del siglo XVIII. En 1796, la viruela era una de las mortales enfermedades más extendidas entre la población de Europa. Edward Jenner, un médico inglés acostumbrado a tratar con esta epidemia, observó casualmente que las pastoras que ordeñaban las vacas de por allí presentaban, en ocasiones, las erupciones de la piel típicas de esta enfermedad, pero únicamente en las manos y no en la cara. Además, al cabo de un tiempo, dichas erupciones desaparecían, y las afortunadas pastoras quedaban protegidas frente a nuevas infecciones de la viruela. 

Así, este médico dedujo que lo que sucedía era que las mujeres contraían una variante vacuna de la enfermedad durante el ordeño, ya que esta variante se manifestaba fundamentalmente en las ubres de las vacas. Una vez sufrida la infección bovina, el organismo quedaba inmunizado frente a la variante humana de la misma enfermedad, por lo que las pastoras, sin ser conscientes, estaban recibiendo una especie de "vacuna natural". 




En base a esta hipótesis, Jenner tomó muestras de las pústulas de las manos de una de esas pastoras y las inyectó en otro individuo sano, el cual mostró los síntomas característicos de la enfermedad bovina. Sin embargo, una vez que se hubo recuperado del todo, cuando a ese mismo paciente se le administró una dosis de la viruela humana, no sufrió ninguno de los signos típicos de la infección, por lo que Jenner confirmó su teoría sobre la vacunación y comenzó a trabajar en una versión más "profesional" de la vacuna contra la viruela. 

Gracias a él y a muchos otros que vinieron detrás, aquí estamos, con la viruela erradicada en todo el planeta y camino de hacer lo mismo con alguna otra enfermedad como la poliomielitis (o polio comúnmente hablando), tratando siempre de encontrar nuevas vacunas contra enfermedades como el SIDA y otras tantas patologías que aún hoy resultan mortales.




Con suerte, dentro de otros dos siglos, algún joven científico hará una humilde entrada en su blog (o lo que se estile por aquel momento) sobre mí, sobre el descubridor de la vacuna contra *inserte enfermedad chunga*. Pero para ello todavía tengo mucho que aprender, así que empezaré en septiembre, en una ciudad nueva, y en una universidad nueva, siguiendo las sabias recomendaciones de Ralph Wiggum sobre universidades...
(Hoy también aprendeis un poquito de inglés, ¡os quejareis!)

No hay comentarios:

Publicar un comentario