Ahora que (por fin) ha llegado el verano a Euskadi y ya he pisado la playa, creo que ha llegado el momento de explicar cómo funcionan los protectores solares, algo que podréis contar a vuestros amigos mientras estáis tumbados en la toalla. ¡Prestad atención y pareceréis mucho más interesantes!
En la superficie de nuestro querido astro rey continuamente tienen lugar varias reacciones químicas. Durante estas reacciones se libera energía, la cual nos llega en forma de radiaciones de varios tipos: rayos X (absorbidos por la atmósfera), radiaciones infrarrojas (nos calientan pero no queman porque tienen poca energía), luz visible, ondas de radio (similares a las que generan las emisoras, por lo que tampoco queman) y por último, las conocidas radiaciones ultravioleta (UV, estas son las chungas).
Dentro de las UV, se distinguen otras tres categorías: las del tipo C, absorbidas por la capa de ozono, por lo que no tienen peligro (¡reduce el uso de sprays!); las de tipo B, que activan la producción de melanina (pigmento que da color a la piel y nos pone morenos) PERO causan la mayor parte de las quemaduras; y las de tipo A, que penetran hasta la dermis y deterioran el colágeno y la elastina de la piel, provocando su envejecimiento prematuro.
Por todo esto, es necesario protegernos contra los tipos A y B, y para ello utilizamos las cremas de sol. ¿Cómo evitan estos productos nuestra exposición a esas radiaciones? Mediante dos tipos de mecanismos: químicos y físicos.
Los protectores solares químicos contienen una serie de moléculas con nombres rebuscados que no nos interesan ni a vosotros ni a mí, pero que se encargan de absorber las radiaciones UV y de transformarlas en otro tipo de energía que no resulte perjudicial para la piel. Según su capacidad de absorción, establecen un factor de protección solar (FPS) diferente (ahora explico esto otro, paciencia).
Los protectores solares físicos están compuestos por partículas de metales, como el óxido de zinc o el dióxido de titanio, que forman una pantalla sobre la piel, reflejando las radiaciones que inciden sobre ella igual que haría un espejo. La desventaja que presentan es que son mucho más densos que los químicos, por lo que aparece color blanco característico de estas cremas si no se extienden bien. Actualmente, este problema se intenta solucionar utilizando nanopartículas de metales, las cuales son mucho más pequeñas y, por tanto, la crema resulta menos densa.
Como es lógico, los protectores solares combinan estos dos tipos de componentes para aumentar todo lo posible la protección que otorgan frente al sol.
Pasemos ahora a explicar los famosos factores de protección, utilizando para ello un ejemplo de lo más sencillo: imaginemos que una persona tarda una hora en quemarse cuando está expuesta a los rayos del sol (en mi caso, tardo incluso menos). Si esa misma persona utiliza una crema con un factor de protección 15, tardará 15 veces más en quemarse, es decir, podrá estar 15 horas torrándose tranquilamente. Por tanto, el número de la crema indica cuántas veces más puede uno estar en la toalla sin riesgo de quemaduras.
Esta explicación queda muy bonita en la teoría, pero en la práctica hay que tener en cuenta que existen otros elementos que modifican la protección que nos aporta la crema: el sudor, el agua de la playa/piscina, la arena, el roce con la toalla... Todos estos son factores que ayudan a retirar la crema de nuestra piel, con lo que el efecto de ésta se ve mermado. Por ello, es aconsejable echarse crema cada dos horas para renovar la protección.
Por último, también hay que decir que los expertos no han encontrado mucha diferencia entre un factor de protección 30 y uno de 60, y que para elegir el factor más adecuado hay que tener en cuenta el tipo de piel que tenemos.
Y hasta aquí la entrada de hoy, espero haber sido lo suficientemente explicativo. Si no, ya sabéis que siempre podéis dejar un comentario ;) Hale, ¡a presumir de conocimientos!
Universo Biofrikico
Un lugar donde encontrar una explicación científica a preguntas que quizá ni siquiera te habías planteado
miércoles, 16 de julio de 2014
martes, 15 de julio de 2014
¿Qué tienen de bueno los chicles?
"Ayuda a equilibrar el pH de tu boca tras las comidas". Seguro que más de una vez has oído esa frase en un anuncio de chicles pero, ¿por qué hay que equilibrar ese pH? ¿Es simplemente un truco publicitario?
Al comer, el primer paso de la digestión lo realizamos en la boca, con el simple hecho de masticar. Este proceso ayuda a romper los alimentos que ingerimos y a liberar las proteínas, azúcares y demás compuestos necesarios para nuestro organismo, si bien es cierto que la mayor parte de la digestión se produce más adelante en el sistema digestivo, pero eso es tema para otra entrada.
A la hora de masticar, otro de los elementos que toman parte es la saliva, la cual se mezcla con el bolo alimenticio para lubricarlo y favorecer su paso por el esófago y demás conductos digestivos. Esta saliva tiene varias funciones beneficiosas para el organismo, pero la que nos interesa hoy es la digestiva. ¿Que por qué es digestiva? Porque contiene unas proteínas (enzimas) que ayudan a romper las proteínas y los azúcares de los alimentos en moléculas más pequeñas, de manera que las podamos absorber más fácilmente.
Uno de estos enzimas es la ptialina, la cual se encarga de romper el almidón de los alimentos en azúcares más pequeños (el almidón está formado por miles de moléculas de glucosa, que es el azúcar que nosotros somos capaces de utilizar). Esta ptialina funciona mejor a pH ácidos (más próximos a 1), es decir, rompe más almidón y genera más glucosa. En principio, esto nos interesa porque facilita la digestión, pero lo que nos venden en los anuncios es que debemos reequilibrar el pH para subirlo de nuevo hacia valores cercanos a la neutralidad (el pH 7 es el pH neutro por excelencia). ¿A qué se debe esto?
Por un lado, además de alimentos, en la boca siempre tenemos otros pequeños comensales que viven con nosotros: las bacterias de la placa bacteriana de los dientes. Estas bacterias, al igual que nosotros, se alimentan más fácilmente de glucosa que de almidón, por lo que si nosotros mismos les facilitamos el trabajo poniéndoles la glucosa en bandeja, no tardarán en consumirla y en generar ácidos como desechos, los cuales dañan el esmalte dental y disminuyen el pH de la boca, provocando que la ptialina se encuentre más activa y genere más glucosa, activando un círculo vicioso. Por ello, si después de las comidas conseguimos que el pH de la boca vuelva a valores neutros, la ptialina estará menos activa y generará menos glucosa, de manera que las bacterias tendrán menos alimento para crecer y multiplicarse.
Por otro lado, el pH ácido causa daños en el esmalte dental y dificulta la remineralización del mismo, volviéndolo más débil.
Por todo esto, ya ves que resulta conveniente restaurar el pH neutro después de cada comida. Por lo que he podido leer, los chicles consiguen este efecto estimulando la secreción de saliva (supongo que el propio hecho de masticar activa la secreción de esta sustancia), la cual contiene, además de la ya mencionada ptialina, bicarbonato. El bicarbonato es capaz de neutralizar los ácidos que se generan (por eso se consume contra la acidez de estómago), aumentando el pH de la boca y evitando los potenciales daños que he mencionado.
Sin embargo, la mejor opción para mantener una boca sana es el cepillado de los dientes. Con este proceso eliminamos los restos de comida que pueden servir de alimento a las bacterias de la placa, al mismo tiempo que ayudamos a recuperar el pH inicial con los compuestos que contienen los dentífricos.
Así que, en resumen, los chicles sí que parecen ayudar a mantener una boca sana, pero yo seguiré fiel a mi cepillo de dientes. ¡Y que conste que ningún dentista me ha sobornado para escribir sobre esto!
Al comer, el primer paso de la digestión lo realizamos en la boca, con el simple hecho de masticar. Este proceso ayuda a romper los alimentos que ingerimos y a liberar las proteínas, azúcares y demás compuestos necesarios para nuestro organismo, si bien es cierto que la mayor parte de la digestión se produce más adelante en el sistema digestivo, pero eso es tema para otra entrada.
A la hora de masticar, otro de los elementos que toman parte es la saliva, la cual se mezcla con el bolo alimenticio para lubricarlo y favorecer su paso por el esófago y demás conductos digestivos. Esta saliva tiene varias funciones beneficiosas para el organismo, pero la que nos interesa hoy es la digestiva. ¿Que por qué es digestiva? Porque contiene unas proteínas (enzimas) que ayudan a romper las proteínas y los azúcares de los alimentos en moléculas más pequeñas, de manera que las podamos absorber más fácilmente.
Uno de estos enzimas es la ptialina, la cual se encarga de romper el almidón de los alimentos en azúcares más pequeños (el almidón está formado por miles de moléculas de glucosa, que es el azúcar que nosotros somos capaces de utilizar). Esta ptialina funciona mejor a pH ácidos (más próximos a 1), es decir, rompe más almidón y genera más glucosa. En principio, esto nos interesa porque facilita la digestión, pero lo que nos venden en los anuncios es que debemos reequilibrar el pH para subirlo de nuevo hacia valores cercanos a la neutralidad (el pH 7 es el pH neutro por excelencia). ¿A qué se debe esto?
Por un lado, además de alimentos, en la boca siempre tenemos otros pequeños comensales que viven con nosotros: las bacterias de la placa bacteriana de los dientes. Estas bacterias, al igual que nosotros, se alimentan más fácilmente de glucosa que de almidón, por lo que si nosotros mismos les facilitamos el trabajo poniéndoles la glucosa en bandeja, no tardarán en consumirla y en generar ácidos como desechos, los cuales dañan el esmalte dental y disminuyen el pH de la boca, provocando que la ptialina se encuentre más activa y genere más glucosa, activando un círculo vicioso. Por ello, si después de las comidas conseguimos que el pH de la boca vuelva a valores neutros, la ptialina estará menos activa y generará menos glucosa, de manera que las bacterias tendrán menos alimento para crecer y multiplicarse.
Por otro lado, el pH ácido causa daños en el esmalte dental y dificulta la remineralización del mismo, volviéndolo más débil.
Por todo esto, ya ves que resulta conveniente restaurar el pH neutro después de cada comida. Por lo que he podido leer, los chicles consiguen este efecto estimulando la secreción de saliva (supongo que el propio hecho de masticar activa la secreción de esta sustancia), la cual contiene, además de la ya mencionada ptialina, bicarbonato. El bicarbonato es capaz de neutralizar los ácidos que se generan (por eso se consume contra la acidez de estómago), aumentando el pH de la boca y evitando los potenciales daños que he mencionado.
Sin embargo, la mejor opción para mantener una boca sana es el cepillado de los dientes. Con este proceso eliminamos los restos de comida que pueden servir de alimento a las bacterias de la placa, al mismo tiempo que ayudamos a recuperar el pH inicial con los compuestos que contienen los dentífricos.
Así que, en resumen, los chicles sí que parecen ayudar a mantener una boca sana, pero yo seguiré fiel a mi cepillo de dientes. ¡Y que conste que ningún dentista me ha sobornado para escribir sobre esto!
lunes, 14 de julio de 2014
Vacas para salvar vidas
Ahora que por fin es oficial que el próximo año estudiaré Inmunología en Barcelona (¡¡BIEEEEEEEEEEN!!), creo que esta entrada es la más apropiada. Quizá alguna vez te haya dado por pensar sobre las vacunas y su nombre: ¿qué tienen que ver las vacas en todo esto? Si no es así, seguro que te acaba de picar la curiosidad, así que sigue leyendo para matar ese gusanillo.
Como ya sabes, las vacunas son una manera de evitar el contagio de ciertas enfermedades. Su base molecular reside en que la inyección que se administra, generalmente, contiene un batiburrillo de "trocitos" de las bacterias o virus que provocan la enfermedad contra la que nos queremos inmunizar (aunque también puede tener bacterias o virus vivos, pero debilitados), de manera que nuestro sistema inmune es capaz de reconocer esos "trocitos" y de desarrollar una respuesta frente a ellos, creando anticuerpos.
Estos anticuerpos son los que nos protegerán frente a futuras infecciones, puesto que se unirán a las bacterias o virus que intenten invadirnos de nuevo para inactivarlos, por lo que ya no serán capaces de causarnos la enfermedad que se les asocia.
Pues bien, volviendo al tema inicial, ¿por qué las vacunas se llaman así y no de otra manera? Para responder a esta pregunta, es necesario remontarnos a finales del siglo XVIII. En 1796, la viruela era una de las mortales enfermedades más extendidas entre la población de Europa. Edward Jenner, un médico inglés acostumbrado a tratar con esta epidemia, observó casualmente que las pastoras que ordeñaban las vacas de por allí presentaban, en ocasiones, las erupciones de la piel típicas de esta enfermedad, pero únicamente en las manos y no en la cara. Además, al cabo de un tiempo, dichas erupciones desaparecían, y las afortunadas pastoras quedaban protegidas frente a nuevas infecciones de la viruela.
Así, este médico dedujo que lo que sucedía era que las mujeres contraían una variante vacuna de la enfermedad durante el ordeño, ya que esta variante se manifestaba fundamentalmente en las ubres de las vacas. Una vez sufrida la infección bovina, el organismo quedaba inmunizado frente a la variante humana de la misma enfermedad, por lo que las pastoras, sin ser conscientes, estaban recibiendo una especie de "vacuna natural".
En base a esta hipótesis, Jenner tomó muestras de las pústulas de las manos de una de esas pastoras y las inyectó en otro individuo sano, el cual mostró los síntomas característicos de la enfermedad bovina. Sin embargo, una vez que se hubo recuperado del todo, cuando a ese mismo paciente se le administró una dosis de la viruela humana, no sufrió ninguno de los signos típicos de la infección, por lo que Jenner confirmó su teoría sobre la vacunación y comenzó a trabajar en una versión más "profesional" de la vacuna contra la viruela.
Gracias a él y a muchos otros que vinieron detrás, aquí estamos, con la viruela erradicada en todo el planeta y camino de hacer lo mismo con alguna otra enfermedad como la poliomielitis (o polio comúnmente hablando), tratando siempre de encontrar nuevas vacunas contra enfermedades como el SIDA y otras tantas patologías que aún hoy resultan mortales.
Con suerte, dentro de otros dos siglos, algún joven científico hará una humilde entrada en su blog (o lo que se estile por aquel momento) sobre mí, sobre el descubridor de la vacuna contra *inserte enfermedad chunga*. Pero para ello todavía tengo mucho que aprender, así que empezaré en septiembre, en una ciudad nueva, y en una universidad nueva, siguiendo las sabias recomendaciones de Ralph Wiggum sobre universidades...
(Hoy también aprendeis un poquito de inglés, ¡os quejareis!)
Como ya sabes, las vacunas son una manera de evitar el contagio de ciertas enfermedades. Su base molecular reside en que la inyección que se administra, generalmente, contiene un batiburrillo de "trocitos" de las bacterias o virus que provocan la enfermedad contra la que nos queremos inmunizar (aunque también puede tener bacterias o virus vivos, pero debilitados), de manera que nuestro sistema inmune es capaz de reconocer esos "trocitos" y de desarrollar una respuesta frente a ellos, creando anticuerpos.
Estos anticuerpos son los que nos protegerán frente a futuras infecciones, puesto que se unirán a las bacterias o virus que intenten invadirnos de nuevo para inactivarlos, por lo que ya no serán capaces de causarnos la enfermedad que se les asocia.
Pues bien, volviendo al tema inicial, ¿por qué las vacunas se llaman así y no de otra manera? Para responder a esta pregunta, es necesario remontarnos a finales del siglo XVIII. En 1796, la viruela era una de las mortales enfermedades más extendidas entre la población de Europa. Edward Jenner, un médico inglés acostumbrado a tratar con esta epidemia, observó casualmente que las pastoras que ordeñaban las vacas de por allí presentaban, en ocasiones, las erupciones de la piel típicas de esta enfermedad, pero únicamente en las manos y no en la cara. Además, al cabo de un tiempo, dichas erupciones desaparecían, y las afortunadas pastoras quedaban protegidas frente a nuevas infecciones de la viruela.
Así, este médico dedujo que lo que sucedía era que las mujeres contraían una variante vacuna de la enfermedad durante el ordeño, ya que esta variante se manifestaba fundamentalmente en las ubres de las vacas. Una vez sufrida la infección bovina, el organismo quedaba inmunizado frente a la variante humana de la misma enfermedad, por lo que las pastoras, sin ser conscientes, estaban recibiendo una especie de "vacuna natural".
En base a esta hipótesis, Jenner tomó muestras de las pústulas de las manos de una de esas pastoras y las inyectó en otro individuo sano, el cual mostró los síntomas característicos de la enfermedad bovina. Sin embargo, una vez que se hubo recuperado del todo, cuando a ese mismo paciente se le administró una dosis de la viruela humana, no sufrió ninguno de los signos típicos de la infección, por lo que Jenner confirmó su teoría sobre la vacunación y comenzó a trabajar en una versión más "profesional" de la vacuna contra la viruela.
Gracias a él y a muchos otros que vinieron detrás, aquí estamos, con la viruela erradicada en todo el planeta y camino de hacer lo mismo con alguna otra enfermedad como la poliomielitis (o polio comúnmente hablando), tratando siempre de encontrar nuevas vacunas contra enfermedades como el SIDA y otras tantas patologías que aún hoy resultan mortales.
Con suerte, dentro de otros dos siglos, algún joven científico hará una humilde entrada en su blog (o lo que se estile por aquel momento) sobre mí, sobre el descubridor de la vacuna contra *inserte enfermedad chunga*. Pero para ello todavía tengo mucho que aprender, así que empezaré en septiembre, en una ciudad nueva, y en una universidad nueva, siguiendo las sabias recomendaciones de Ralph Wiggum sobre universidades...
viernes, 20 de junio de 2014
Vajillas asesinas
Todo el mundo sabe que las vajillas de oro y plata son lujos al alcance de unos pocos. Debido a que son metales preciosos, el precio de estos elementos suele ser desorbitado, simplemente por el material del que están hechos, independientemente de lo horteras que puedan ser. Sin embargo, hoy os traigo una razón por la que podría merecer la pena tener una vajilla de plata, aunque sea horrorosa.
En cualquier caso, por mucho que la plata sea tóxica para las bacterias (y no para nuestras propias células), habrá que seguir fregando después, por lo que, puestos a elegir, yo me quedo con esta otra vajilla, ¿y vosotros?
miércoles, 25 de septiembre de 2013
¡Deja ya el tabaco, fumata de mierda!
Seguramente, todos tendréis algún amigo o familiar fumador que os molesta de vez en cuando con su nocivo humo. Seguramente también, esa persona se quejará de vez en cuando de que se cansa con facilidad, se fatiga al hacer ejercicio y le cuesta más respirar que cuando no fumaba. Pues bien, aquí va una respuesta molecular a tanto esfuerzo.
Para fumarse un cigarro, lo primero que hay que hacer es encenderlo, es decir, iniciar la combustión de todos los componentes que lo forman. Como todos sabéis, de esta reacción se desprenden multitud de sustancias tóxicas y, de entre todas ellas, la que nos interesa hoy es el monóxido de carbono (CO).
Al inhalar el humo del tabaco, este CO pasa a la sangre, donde tiene capacidad para unirse a la hemoglobina. La hemoglobina es una proteína que se encuentra dentro de los glóbulos rojos y se encarga de transportar tanto el oxígeno que respiramos (que viaja hacia los tejidos), como el CO2 que producen nuestras células (el cual va hacia los pulmones, donde será expulsado). El problema radica en que, mientras que la unión al CO2 y al oxígeno es reversible (es decir, la hemoglobina puede unirse y soltarse de ellos), la unión con el CO inutiliza a la hemoglobina, puesto que ya no puede separarse de esa sustancia ni unirse a ningún otro gas.
Por tanto, si parte de la hemoglobina está fuera de servicio, es más difícil para el organismo transportar el O2 hasta nuestras células, por lo que estas no pueden funcionar al 100% y el fumador se cansa más rápidamente que antes al hacer algún esfuerzo físico. Sin embargo, la situación puede revertirse al dejar de fumar, puesto que la hemoglobina no es inmortal y ha de renovarse cada cierto tiempo. Así, después de un tiempo sin fumar, los niveles de hemoglobina funcional vuelven a recuperarse, con lo que el individuo siente que vuelve a "estar en forma".
Como curiosidad adicional, los famosos envenenamientos por monóxido de carbono se deben al mismo fenómeno pero llevado al extremo: toda la hemoglobina del organismo se satura de CO y resulta imposible el transporte de oxígeno, por lo que nuestras células dejan de funcionar. Y nosotros con ellas, claro.
Para fumarse un cigarro, lo primero que hay que hacer es encenderlo, es decir, iniciar la combustión de todos los componentes que lo forman. Como todos sabéis, de esta reacción se desprenden multitud de sustancias tóxicas y, de entre todas ellas, la que nos interesa hoy es el monóxido de carbono (CO).
Al inhalar el humo del tabaco, este CO pasa a la sangre, donde tiene capacidad para unirse a la hemoglobina. La hemoglobina es una proteína que se encuentra dentro de los glóbulos rojos y se encarga de transportar tanto el oxígeno que respiramos (que viaja hacia los tejidos), como el CO2 que producen nuestras células (el cual va hacia los pulmones, donde será expulsado). El problema radica en que, mientras que la unión al CO2 y al oxígeno es reversible (es decir, la hemoglobina puede unirse y soltarse de ellos), la unión con el CO inutiliza a la hemoglobina, puesto que ya no puede separarse de esa sustancia ni unirse a ningún otro gas.
Por tanto, si parte de la hemoglobina está fuera de servicio, es más difícil para el organismo transportar el O2 hasta nuestras células, por lo que estas no pueden funcionar al 100% y el fumador se cansa más rápidamente que antes al hacer algún esfuerzo físico. Sin embargo, la situación puede revertirse al dejar de fumar, puesto que la hemoglobina no es inmortal y ha de renovarse cada cierto tiempo. Así, después de un tiempo sin fumar, los niveles de hemoglobina funcional vuelven a recuperarse, con lo que el individuo siente que vuelve a "estar en forma".
Como curiosidad adicional, los famosos envenenamientos por monóxido de carbono se deben al mismo fenómeno pero llevado al extremo: toda la hemoglobina del organismo se satura de CO y resulta imposible el transporte de oxígeno, por lo que nuestras células dejan de funcionar. Y nosotros con ellas, claro.
martes, 26 de febrero de 2013
¿Por qué la caca es marrón?
Yo, la verdad, nunca me había preguntado sobre este tema hasta que hoy en clase nos lo han comentado. La responsable de esto, y de algunos otros colores en nuestro cuerpo es la bilirrubina, la que me sube cuando te miro y no me mi. Intentaré explicarme lo mejor que pueda, como siempre.
Como quizá algunos ya sabéis, la bilirrubina es un compuesto que se genera en el hígado y se almacena en la vesícula biliar. Sirve para emulsionar las grasas, es decir, para ayudar a digerirlas durante su paso por el aparato digestivo. Forma parte de las sales biliares junto a otras sustancias, y tiene un color amarillento/marronáceo, que es lo que nos interesa en este caso.
Ya os he comentado que este compuesto se vierte al intestino y se junta con el bolo alimenticio para ayudar a digerirlo. Tras el viaje por los intestinos, este bolo se transforma en heces, y la mayor parte de la bilirrubina que lo acompaña es modificada por las bacterias intestinales, pero se queda con ellas, dándoles ese tono característico. Sin embargo, otra parte es reabsorbida por el organismo, y generalmente recircula por la sangre hasta que es filtrada en el riñón e incorporada a la orina, con lo que también le da el tono amarillento.
Este es el recorrido "habitual" que sigue la molécula cuando todo en nuestro cuerpo funciona bien. Sin embargo, cuando algún hecho que interrumpe el proceso y permite la salida de bilirrubina en exceso hacia zonas que no son las habituales, tiene lugar la llamada ictericia, en la que la piel de la persona que la sufre se va tornando amarillenta y de un color enfermizo. Esto también ocurre en los recién nacidos (en los prematuros, generalmente), cuyos organismos todavía no han tenido tiempo de sintetizar los enzimas (proteínas) que llevan a cabo la degradación de esta sustancia. Debido a ello, se va acumulando en la piel y las mucosas (como la de los ojos), y hace que presenten ese color característico.
Por último, la bilirrubina también es responsable del color morado que tienen los moratones. Éstos se generan cuando se rompe algún capilar y una pequeña cantidad de sangre se estanca en una zona concreta cercana a la piel, formándose un trombo que dificulta su transporte. Pues bien, en ese proceso, también se rompen algunos glóbulos rojos, que son los que transportan la hemoglobina (y ésta, a su vez, el oxígeno). La hemoglobina entonces se degrada en otros compuestos que terminan generando bilirrubina y que, en combinación con los glóbulos rojos que permanecen intactos, da color a ese moratón (lo que también está influido por el color de piel de la persona que los sufre).
Y nada más, creo que esto es todo lo que os puedo contar sobre la bilirrubina, por el momento. Para más información, consulten con Juan Luis Guerra.
Como quizá algunos ya sabéis, la bilirrubina es un compuesto que se genera en el hígado y se almacena en la vesícula biliar. Sirve para emulsionar las grasas, es decir, para ayudar a digerirlas durante su paso por el aparato digestivo. Forma parte de las sales biliares junto a otras sustancias, y tiene un color amarillento/marronáceo, que es lo que nos interesa en este caso.
Ya os he comentado que este compuesto se vierte al intestino y se junta con el bolo alimenticio para ayudar a digerirlo. Tras el viaje por los intestinos, este bolo se transforma en heces, y la mayor parte de la bilirrubina que lo acompaña es modificada por las bacterias intestinales, pero se queda con ellas, dándoles ese tono característico. Sin embargo, otra parte es reabsorbida por el organismo, y generalmente recircula por la sangre hasta que es filtrada en el riñón e incorporada a la orina, con lo que también le da el tono amarillento.
Este es el recorrido "habitual" que sigue la molécula cuando todo en nuestro cuerpo funciona bien. Sin embargo, cuando algún hecho que interrumpe el proceso y permite la salida de bilirrubina en exceso hacia zonas que no son las habituales, tiene lugar la llamada ictericia, en la que la piel de la persona que la sufre se va tornando amarillenta y de un color enfermizo. Esto también ocurre en los recién nacidos (en los prematuros, generalmente), cuyos organismos todavía no han tenido tiempo de sintetizar los enzimas (proteínas) que llevan a cabo la degradación de esta sustancia. Debido a ello, se va acumulando en la piel y las mucosas (como la de los ojos), y hace que presenten ese color característico.
Por último, la bilirrubina también es responsable del color morado que tienen los moratones. Éstos se generan cuando se rompe algún capilar y una pequeña cantidad de sangre se estanca en una zona concreta cercana a la piel, formándose un trombo que dificulta su transporte. Pues bien, en ese proceso, también se rompen algunos glóbulos rojos, que son los que transportan la hemoglobina (y ésta, a su vez, el oxígeno). La hemoglobina entonces se degrada en otros compuestos que terminan generando bilirrubina y que, en combinación con los glóbulos rojos que permanecen intactos, da color a ese moratón (lo que también está influido por el color de piel de la persona que los sufre).
Y nada más, creo que esto es todo lo que os puedo contar sobre la bilirrubina, por el momento. Para más información, consulten con Juan Luis Guerra.
martes, 28 de agosto de 2012
Test para enamorados: ¿también vuestra sangre es compatible?
Todos hemos oído hablar alguna vez de los grupos sanguíneos: sabemos que existen varios diferentes, que no todos son compatibles entre sí, que cada persona se engloba dentro de un grupo concreto... Por ello, debido a que es un hecho tan conocido, intentaré dar una explicación a nivel molecular de en qué consisten realmente estos grupos.
En humanos, los dos sistemas de clasificación más conocidos son el sistema ABO y el sistema Rh, aunque existen algunos más. En el primero se encuentran los grupos A, B, AB y O, mientras que el segundo sólo atiende a la presencia del factor Rh (Rh+ o Rh-).
¿Qué quiere decir eso de A, B, O y Rh? Vayamos por partes. El sistema ABO para clasificar a los individuos, atiende a la presencia de unas moléculas en la superficie de los glóbulos rojos y blancos, cuya característica más importante es la presencia o no de un azúcar (o carbohidrato) terminal. Estos azúcares fueron descubiertos en 1901 por Karl Landsteiner, y son los que determinarán si la molécula resultante es del tipo A o B, mientras que la ausencia de los mismos indica que la molécula será de tipo O (cero, ausencia del azúcar). En la imagen, los azúcares de los que hablo son los que están sombreados.
Las moléculas de la imagen también se denominan antígenos, que son todas aquellas moléculas capaces de desencadenar una respuesta inmune en el organismo. En esta respuesta participan las inmunoglobulinas o anticuerpos, las cuales reconocen una parte concreta del antígeno y activan el sistema inmune. En el caso de la sangre, lo que las inmunoglobulinas reconocen es ese azúcar terminal: una persona del grupo A tiene anticuerpos contra el grupo B (por lo que ese azúcar le resulta extraño y lo ataca) y viceversa, mientras que alguien del grupo O tiene anticuerpos contra ambos grupos (ya que no reconoce ninguno de los dos azúcares como propios) y el grupo AB no tiene anticuerpos contra ninguno (puesto que los dos azúcares le son conocidos).
Por esto es tan importante tener en cuenta la compatibilidad entre los grupos sanguíneos a la hora de realizar una transfusión, ya que si a una persona se le introducen antígenos extraños (que, recordemos, se encuentran en la superficie de los glóbulos rojos y blancos), su sistema inmune reaccionará atacando a esos antígenos y destruyéndolos, con lo que la persona se quedaría sin esos glóbulos que se le han introducido, la transfusión no serviría de nada y se produciría una reacción muy intensa en todo el organismo que podría llegar a provocar la muerte del paciente.
Una de las funciones que llevan a cabo las inmunoglobulinas es la de agrupar o aglutinar los antígenos a los que se unen, ya que pueden unirse a varias moléculas a la vez. Por ello, una de las pruebas que se utiliza para observar el grupo sanguíneo de alguien es añadir un suero con anticuerpos anti-A y anti-B, además de anti Rh a la sangre de la persona con la que se trabaja, para observar si los glóbulos rojos se agrupan, lo que indicará que las inmunoglobulinas se han unido, y por tanto, posee esos antígenos en sus células. Como ejemplo, aquí tenéis mi prueba, una muestra de lo que puede suceder. ¿Sabríais decir mi grupo sanguíneo?
Una de las funciones que llevan a cabo las inmunoglobulinas es la de agrupar o aglutinar los antígenos a los que se unen, ya que pueden unirse a varias moléculas a la vez. Por ello, una de las pruebas que se utiliza para observar el grupo sanguíneo de alguien es añadir un suero con anticuerpos anti-A y anti-B, además de anti Rh a la sangre de la persona con la que se trabaja, para observar si los glóbulos rojos se agrupan, lo que indicará que las inmunoglobulinas se han unido, y por tanto, posee esos antígenos en sus células. Como ejemplo, aquí tenéis mi prueba, una muestra de lo que puede suceder. ¿Sabríais decir mi grupo sanguíneo?
La siguiente pregunta que se os puede plantear es: ¿por qué existen estos diferentes grupos? Una vez más, la respuesta está en los genes. Ellos determinan el antígeno que poseerá cada persona. En este caso, los genes reguladores son 3: el gen A, el gen B, y el gen i (que representa la no producción del azúcar A o B). De estos tres, los dos primeros son codominantes entre sí y dominantes respecto a i, es decir, tienen la misma "potencia" cada uno de los dos a la hora de expresarse, y mucha más potencia que i. Como ya he comentado en anteriores entradas, para cada carácter de un individuo (en este caso, el grupo sanguíneo) existen dos versiones del gen que lo regula, que pueden ser iguales o diferentes. Así, en el caso que nos ocupa, para que una persona pertenezca al grupo O debe tener dos copias del gen i (o sea, ser ii), mientras que las personas del grupo AB tienen una copia de cada uno de esos genes. Los grupos A y B admiten más variedad, ya que esas personas pueden tener dos copias iguales (ser AA o BB) o tener una copia del gen recesivo i (Ai/Bi), ya que, como este no produce ningún azúcar, el individuo sólo generará uno de los antígenos. En el siguiente cuadro se presentan todos los casos que se pueden dar a la hora de concebir a un nuevo individuo, y con lo explicado anteriormente debería poder entenderse qué ocurre en cada caso
Ahora vayamos con el Rh. Estos grupos sanguíneos pueden tener dos apellidos diferentes: o bien positivo, o negativo. Ese apellido hace referencia a la presencia o no del factor Rh llamado así porque se descubrió trabajando con los macacos Rhesus (que, como todo el mundo sabe, terminaron involucionando en los actuales canis, chonis, y demás ReEsShHhHuUloOoNeEsSs).
En este caso sólo hay dos opciones: que el individuo posea los genes que producen el factor Rh (y sea por tanto Rh positivo) o que no los tenga (y sea Rh negativo). Los genes Rh son dominantes sobre la ausencia de los mismos, por lo que tener una sola copia de estos genes es suficiente para ser Rh+.
Una de las diferencias más notables con respecto al sistema ABO es que, al nacer, los humanos no tenemos en nuestro organismo anticuerpos frente a estos otros antígenos, mientras que los anti-A o anti-B ya están presentes en nuestra sangre. Estos otros anticuerpos sólo podrán ser generados por las personas con Rh- en el hipotético caso de que su sangre entre en contacto con sangre del otro grupo (lo que puede ocurrir, por ejemplo, cuando una mujer Rh- se queda embarazada de un feto Rh+).
Aquí, las transfusiones funcionan de igual manera: un paciente sólo puede recibir sangre que contenga los mismo antígenos que ya posee, es decir, el positivo sólo puede donar a positivo, mientras que el negativo puede donar a ambos.
Por último, si os queréis entretener un ratillo y aseguraros de que habéis entendido relativamente bien lo que he intentado explicar, aquí tenéis una tabla de compatibilidades para que la rellenéis y os cercioréis de que lo habéis pillado. Recordad: sólo puedes aceptar lo que tu organismo ya tiene y conoce.
Pd.: Si queréis todavía más información, podeis visitar este blog, está explicado más extensamente que esto y tiene información extra que puede ser de utilidad para comprenderlo mejor
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