miércoles, 16 de julio de 2014

¿Cómo nos protegen las cremas solares?

Ahora que (por fin) ha llegado el verano a Euskadi y ya he pisado la playa, creo que ha llegado el momento de explicar cómo funcionan los protectores solares, algo que podréis contar a vuestros amigos mientras estáis tumbados en la toalla. ¡Prestad atención y pareceréis mucho más interesantes!

En la superficie de nuestro querido astro rey continuamente tienen lugar varias reacciones químicas. Durante estas reacciones se libera energía, la cual nos llega en forma de radiaciones de varios tipos: rayos X (absorbidos por la atmósfera), radiaciones infrarrojas (nos calientan pero no queman porque tienen poca energía), luz visible, ondas de radio (similares a las que generan las emisoras, por lo que tampoco queman) y por último, las conocidas radiaciones ultravioleta (UV, estas son las chungas).

Dentro de las UV, se distinguen otras tres categorías: las del tipo C, absorbidas por la capa de ozono, por lo que no tienen peligro (¡reduce el uso de sprays!); las de tipo B, que activan la producción de melanina (pigmento que da color a la piel y nos pone morenos) PERO causan la mayor parte de las quemaduras; y las de tipo A, que penetran hasta la dermis y deterioran el colágeno y la elastina de la piel, provocando su envejecimiento prematuro. 

Por todo esto, es necesario protegernos contra los tipos A y B, y para ello utilizamos las cremas de sol. ¿Cómo evitan estos productos nuestra exposición a esas radiaciones? Mediante dos tipos de mecanismos: químicos y físicos.

Los protectores solares químicos contienen una serie de moléculas con nombres rebuscados que no nos interesan ni a vosotros ni a mí, pero que se encargan de absorber las radiaciones UV y de transformarlas en otro tipo de energía que no resulte perjudicial para la piel. Según su capacidad de absorción, establecen un factor de protección solar (FPS) diferente (ahora explico esto otro, paciencia). 

Los protectores solares físicos están compuestos por partículas de metales, como el óxido de zinc o el dióxido de titanio, que forman una pantalla sobre la piel, reflejando las radiaciones que inciden sobre ella igual que haría un espejo. La desventaja que presentan es que son mucho más densos que los químicos, por lo que aparece color blanco característico de estas cremas si no se extienden bien. Actualmente, este problema se intenta solucionar utilizando nanopartículas de metales, las cuales son mucho más pequeñas y, por tanto, la crema resulta menos densa. 

Como es lógico, los protectores solares combinan estos dos tipos de componentes para aumentar todo lo posible la protección que otorgan frente al sol. 



Pasemos ahora a explicar los famosos factores de protección, utilizando para ello un ejemplo de lo más sencillo: imaginemos que una persona tarda una hora en quemarse cuando está expuesta a los rayos del sol (en mi caso, tardo incluso menos). Si esa misma persona utiliza una crema con un factor de protección 15, tardará 15 veces más en quemarse, es decir, podrá estar 15 horas torrándose tranquilamente. Por tanto, el número de la crema indica cuántas veces más puede uno estar en la toalla sin riesgo de quemaduras.

Esta explicación queda muy bonita en la teoría, pero en la práctica hay que tener en cuenta que existen otros elementos que modifican la protección que nos aporta la crema: el sudor, el agua de la playa/piscina, la arena, el roce con la toalla... Todos estos son factores que ayudan a retirar la crema de nuestra piel, con lo que el efecto de ésta se ve mermado. Por ello, es aconsejable echarse crema cada dos horas para renovar la protección.

Por último, también hay que decir que los expertos no han encontrado mucha diferencia entre un factor de protección 30 y uno de 60, y que para elegir el factor más adecuado hay que tener en cuenta el tipo de piel que tenemos.



Y hasta aquí la entrada de hoy, espero haber sido lo suficientemente explicativo. Si no, ya sabéis que siempre podéis dejar un comentario ;) Hale, ¡a presumir de conocimientos! 

martes, 15 de julio de 2014

¿Qué tienen de bueno los chicles?

"Ayuda a equilibrar el pH de tu boca tras las comidas". Seguro que más de una vez has oído esa frase en un anuncio de chicles pero, ¿por qué hay que equilibrar ese pH? ¿Es simplemente un truco publicitario? 

Al comer, el primer paso de la digestión lo realizamos en la boca, con el simple hecho de masticar. Este proceso ayuda a romper los alimentos que ingerimos y a liberar las proteínas, azúcares y demás compuestos necesarios para nuestro organismo, si bien es cierto que la mayor parte de la digestión se produce más adelante en el sistema digestivo, pero eso es tema para otra entrada.

A la hora de masticar, otro de los elementos que toman parte es la saliva, la cual se mezcla con el bolo alimenticio para lubricarlo y favorecer su paso por el esófago y demás conductos digestivos. Esta saliva tiene varias funciones beneficiosas para el organismo, pero la que nos interesa hoy es la digestiva. ¿Que por qué es digestiva? Porque contiene unas proteínas (enzimas) que ayudan a romper las proteínas y los azúcares de los alimentos en moléculas más pequeñas, de manera que las podamos absorber más fácilmente.

Uno de estos enzimas es la ptialina, la cual se encarga de romper el almidón de los alimentos en azúcares más pequeños (el almidón está formado por miles de moléculas de glucosa, que es el azúcar que nosotros somos capaces de utilizar). Esta ptialina funciona mejor a pH ácidos (más próximos a 1), es decir, rompe más almidón y genera más glucosa. En principio, esto nos interesa porque facilita la digestión, pero lo que nos venden en los anuncios es que debemos reequilibrar el pH para subirlo de nuevo hacia valores cercanos a la neutralidad (el pH 7 es el pH neutro por excelencia). ¿A qué se debe esto?

Por un lado, además de alimentos, en la boca siempre tenemos otros pequeños comensales que viven con nosotros: las bacterias de la placa bacteriana de los dientes. Estas bacterias, al igual que nosotros, se alimentan más fácilmente de glucosa que de almidón, por lo que si nosotros mismos les facilitamos el trabajo poniéndoles la glucosa en bandeja, no tardarán en consumirla y en generar ácidos como desechos, los cuales dañan el esmalte dental y disminuyen el pH de la boca, provocando que la ptialina se encuentre más activa y genere más glucosa, activando un círculo vicioso. Por ello, si después de las comidas conseguimos que el pH de la boca vuelva a valores neutros, la ptialina estará menos activa y generará menos glucosa, de manera que las bacterias tendrán menos alimento para crecer y multiplicarse.

Por otro lado, el pH ácido causa daños en el esmalte dental y dificulta la remineralización del mismo, volviéndolo más débil.

Por todo esto, ya ves que resulta conveniente restaurar el pH neutro después de cada comida. Por lo que he podido leer, los chicles consiguen este efecto estimulando la secreción de saliva (supongo que el propio hecho de masticar activa la secreción de esta sustancia), la cual contiene, además de la ya mencionada ptialina, bicarbonato. El bicarbonato es capaz de neutralizar los ácidos que se generan (por eso se consume contra la acidez de estómago), aumentando el pH de la boca y evitando los potenciales daños que he mencionado.

Sin embargo, la mejor opción para mantener una boca sana es el cepillado de los dientes. Con este proceso eliminamos los restos de comida que pueden servir de alimento a las bacterias de la placa, al mismo tiempo que ayudamos a recuperar el pH inicial con los compuestos que contienen los dentífricos.




Así que, en resumen, los chicles sí que parecen ayudar a mantener una boca sana, pero yo seguiré fiel a mi cepillo de dientes. ¡Y que conste que ningún dentista me ha sobornado para escribir sobre esto!

lunes, 14 de julio de 2014

Vacas para salvar vidas

Ahora que por fin es oficial que el próximo año estudiaré Inmunología en Barcelona (¡¡BIEEEEEEEEEEN!!), creo que esta entrada es la más apropiada. Quizá alguna vez te haya dado por pensar sobre las vacunas y su nombre: ¿qué tienen que ver las vacas en todo esto? Si no es así, seguro que te acaba de picar la curiosidad, así que sigue leyendo para matar ese gusanillo.

Como ya sabes, las vacunas son una manera de evitar el contagio de ciertas enfermedades. Su base molecular reside en que la inyección que se administra, generalmente, contiene un batiburrillo de "trocitos" de las bacterias o virus que provocan la enfermedad contra la que nos queremos inmunizar (aunque también puede tener bacterias o virus vivos, pero debilitados), de manera que nuestro sistema inmune es capaz de reconocer esos "trocitos" y de desarrollar una respuesta frente a ellos, creando anticuerpos. 

Estos anticuerpos son los que nos protegerán frente a futuras infecciones, puesto que se unirán a las bacterias o virus que intenten invadirnos de nuevo para inactivarlos, por lo que ya no serán capaces de causarnos la enfermedad que se les asocia. 



Pues bien, volviendo al tema inicial, ¿por qué las vacunas se llaman así y no de otra manera? Para responder a esta pregunta, es necesario remontarnos a finales del siglo XVIII. En 1796, la viruela era una de las mortales enfermedades más extendidas entre la población de Europa. Edward Jenner, un médico inglés acostumbrado a tratar con esta epidemia, observó casualmente que las pastoras que ordeñaban las vacas de por allí presentaban, en ocasiones, las erupciones de la piel típicas de esta enfermedad, pero únicamente en las manos y no en la cara. Además, al cabo de un tiempo, dichas erupciones desaparecían, y las afortunadas pastoras quedaban protegidas frente a nuevas infecciones de la viruela. 

Así, este médico dedujo que lo que sucedía era que las mujeres contraían una variante vacuna de la enfermedad durante el ordeño, ya que esta variante se manifestaba fundamentalmente en las ubres de las vacas. Una vez sufrida la infección bovina, el organismo quedaba inmunizado frente a la variante humana de la misma enfermedad, por lo que las pastoras, sin ser conscientes, estaban recibiendo una especie de "vacuna natural". 




En base a esta hipótesis, Jenner tomó muestras de las pústulas de las manos de una de esas pastoras y las inyectó en otro individuo sano, el cual mostró los síntomas característicos de la enfermedad bovina. Sin embargo, una vez que se hubo recuperado del todo, cuando a ese mismo paciente se le administró una dosis de la viruela humana, no sufrió ninguno de los signos típicos de la infección, por lo que Jenner confirmó su teoría sobre la vacunación y comenzó a trabajar en una versión más "profesional" de la vacuna contra la viruela. 

Gracias a él y a muchos otros que vinieron detrás, aquí estamos, con la viruela erradicada en todo el planeta y camino de hacer lo mismo con alguna otra enfermedad como la poliomielitis (o polio comúnmente hablando), tratando siempre de encontrar nuevas vacunas contra enfermedades como el SIDA y otras tantas patologías que aún hoy resultan mortales.




Con suerte, dentro de otros dos siglos, algún joven científico hará una humilde entrada en su blog (o lo que se estile por aquel momento) sobre mí, sobre el descubridor de la vacuna contra *inserte enfermedad chunga*. Pero para ello todavía tengo mucho que aprender, así que empezaré en septiembre, en una ciudad nueva, y en una universidad nueva, siguiendo las sabias recomendaciones de Ralph Wiggum sobre universidades...
(Hoy también aprendeis un poquito de inglés, ¡os quejareis!)