domingo, 8 de julio de 2012

¿Por qué se seca la ropa al sol?

¿Nunca habeis pensado cómo es posible que la ropa mojada pueda secarse simplemente al ponerla al sol? ¿O por qué los charcos se evaporan con el paso del tiempo? Si se supone que el agua se evapora a los 100º... ¿qué pasa aquí? Hoy intentaré daros una respuesta satisfactoria a este enigma.


En primer lugar, el truco está en saber diferenciar entre ebullición y evaporación: el primero es el fenómeno que tiene lugar cuando el agua alcanza los 100º centígrados, y supone que todas y cada una de las moléculas de esa masa de agua se encuentran en el tránsito a la fase gaseosa, ya que tienen la energía suficiente para ello. El segundo, en cambio, se refiere simplemente a las moléculas de la superficie del agua, las cuales pueden pasar a la fase gaseosa aunque su temperatura sea inferior a la de ebullición. 


¿Cómo se explica este fenómeno? Hay que tener en cuenta las fuerzas de atracción a las que se ven sometidas las moléculas de esta capa superficial (aquí hay una entrada que os ayudará a comprender un poco mejor a lo que me refiero), que son menores que las que sufren las moléculas del interior de la masa acuosa, puesto que tienen menos "parejas con las que atarse". Además, cada una de ellas tiene una energía cinética (la energía que poseen los cuerpos en movimiento) diferente, lo cual es el factor clave a tener en cuenta, ya que para pasar al estado gaseoso se necesita una energía mínima que no todas las moléculas poseen. Así, de entre todas las que se encuentran en esa capa superficial del agua, sólo unas pocas tienen la energía suficiente para pasar al estado gaseoso, por lo que se van evaporando poco a poco y dejando su lugar a las moléculas que tienen debajo, que pasan a ser de superficie, y así hasta que no queda nada de agua. 


Ahora os preguntareis, ¿de dónde sale esa energía?. La respuesta es fácil: de los choques que tienen lugar entre todas esas moléculas. El agua no es estática: dentro de esa masa que nosotros observamos a nivel macroscópico, todas y cada una de las moléculas que la componen se encuentran en movimiento, interaccionando unas con otras, cada una con una cantidad de energía diferente. A medida que se producen choques entre ellas adquieren energía, lo que les hace pasar al estado gaseoso. La temperatura aquí también es importante, ya que a mayor temperatura, mayor es el movimiento de las moléculas y su energía cinética, por lo que es más fácil que pasen al estado gaseoso.


Por último, también hay que tener en cuenta el equilibrio entre la fase líquida y gaseosa. Cuando el espacio que rodea al agua está saturado de vapor, es más difícil que nuevas moléculas pasen al estado gaseoso, ya que ambos se encuentran en equilibrio: del mismo modo que el agua pasa a estado gaseoso, parte del vapor se condensa y se vuelve líquido. Por eso, los días húmedos la ropa tarda más en secarse (aunque no esté expuesta a la lluvia). Por contra, los días ventosos la ropa se seca antes, ya que el viento ayuda a dispersar esa humedad (y hacer que el ambiente que rodea a nuestra colada esté menos saturado de vapor) a la vez que "arranca" moléculas de agua de los tejidos. 




De modo que ya sabéis, cuando algún listillo os pregunte por qué se seca la ropa si no llega a los 100 grados para intentar dejaros en evidencia, podréis salir airosos del paso, e incluso remitirle a mi blog (lo cual os agradecería inmensamente).



jueves, 5 de julio de 2012

¿Por qué lloramos al cortar cebolla?

¿A quién no se le ha escapado alguna que otra lagrimilla mientras picaba una cebolla? Es inevitable, y este hecho nos ha forzado a buscar soluciones ingeniosas (como utilizar gafas de buceo o cualquier otra cosa que nos cubra los ojos) para evitarlo. Sin embargo, ¿a qué se debe esta llorera? La respuesta, como siempre, está en la química.


La cebolla, como todo ser vivo, está compuesto de células. En el caso que nos ocupa, esto es importante, ya que dentro de las células están almacenados distintos compuestos y enzimas, separados en compartimentos diferentes. El compuesto más importante en este caso es el trans-(+)-S-(1-propenil)-L-cisteina sulfóxido (también llamado Prensco), una molécula inodora. Por otra parte, las cebollas cuentan con el enzima conocido como alinasa (de Allium, cebolla en latín). Cuando cortamos una cebolla, cortamos también sus células, con lo que permitimos que estas dos sustancias entren en contacto. Como todo buen enzima, la alinasa convierte la molécula anterior en una nueva (el ácido 1-propenilsulfénico), además de generar ácido pirúvico y amoníaco.
Este nuevo ácido (el propenilsulfénico) pasa a forma gaseosa gracias a un nuevo enzima propio de la cebolla, la LF-sintasa. Este gas es el responsable de la llorera que todos conocemos, por lo que se le suele llamar "Factor Lacrimógeno" (de ahí el nombre del enzima, LF-sintasa, que sintetiza este factor).

Los lloros se deben a que el gas es muy inestable y puede reaccionar fácilmente con el agua (recordad que los ojos tienen fluidos que los lubrican y protegen). Cuando se produce esta reacción se liberan varios compuestos que contienen azufre, entre los que se encuentra el ácido sulfúrico. Como todos sabéis, este ácido es muy corrosivo y causa la irritación de los ojos, los cuales se defienden generando lágrimas que disuelvan y expulsen al agente nocivo. 





Así, en resumen, cuando cortamos una cebolla, estamos poniendo en contacto un enzima con una molécula aparentemente inocua. Sin embargo, debido a algunas reacciones en cadena, la molécula acaba generando un gas que produce ácido sulfúrico al contacto con el agua. Cuando esto sucede en nuestros ojos, ellos se intentan defender expulsando el compuesto irritante mediante las lágrimas.

Y ahora os preguntareis, ¿qué se puede hacer para evitar todo esto? Pues el remedio que yo utilizo es cortar la cebolla con gafas de buceo, pero para aquell@s que no querais comprometer vuestra imagen, os recomiendo enfriar previamente la cebolla, ya que las reacciones a bajas temperaturas suceden a una velocidad menor. Por otra parte, el remedio más eficaz sería cortar la cebolla debajo de un chorro de agua, de manera que el gas que se libera se descomponga antes de llegar a nuestros ojos.